Ubicación:
Barrio de la Luna. Arranca en la rotonda que
parte la Avenida Víctimas del Terrorismo a la altura del patio del CEIP Mario
Benedetti y finaliza en la rotonda en la que confluyen las calles Princesa
Wallada, Las Trece Rosas y Dulce Chacón. En ella confluyen las calles Guillermina
Medrano, Juana Doña, Mariana Pineda, Victoria Kent y Simone de Beauvoir.
Longitud:
538 metros.
Marco temático:
Su entorno se caracteriza por calles con
nombres de personajes femeninos.
El nombre:
Hatshepsut
(¿1495?-¿1457?) faraón de Egipto entre 1479 y ¿1457? antes de nuestra
era.
¿Por qué alguien nacido hace más de 3.500
años? ¿Qué motivo hay para incluir a una egipcia de la época faraónica en el
callejero de un barrio repleto de nombres de mujeres más o menos
contemporáneas?
Mujeres luchadoras por la libertad en España
como Juana Doña, escritoras contemporáneas como Dulce Chacón o internacionales
como Simone de Beauvoir, símbolos nacionales e internacionales como Las Trece
Rosas o las Madres de la Plaza de Mayo, una poetisa andalusí como la Princesa
Wallada, políticas como Victoria Kent o Clara Campoamor, hasta la inefable
Concha Piquer tenían un lugar en el callejero del barrio, pero faltaba alguien.
Alguien que simbolizara el poder y a la
vez la lucha por ser reconocida en un tiempo, como casi en todos, en que ese
poder era reservado en exclusividad al género masculino.
Se pretendía que el nuevo espacio urbano se
convirtiera en un homenaje a las mujeres
y que además sirviera para compensar la abrumadora mayoría de nombres
masculinos de nuestro callejero. Además era preciso reconocer a la Historia,
esa Historia, casi siempre escrita por hombres y que ha relegado a la mujer a
un segundo plano, siempre dependiente del varón de turno. Diversos personajes
podrían haber respondido a este perfil buscado, desde la reina Toda de Navarra,
hasta Hypatia de Alejandría; incluso la
propia Isabel I de Castilla, la reina católica; o la Malinche, aquella indígena
que, bautizada como Marina, fue tan importante para que Hernán Cortés
conquistara México.
Las biografías de todas ellas tenían
elementos muy importantes a considerar, pero también les faltaba algo. Toda, la
reina, trabajó para que el protagonista fuera su nieto Sancho, Isabel compartió
el poder con Fernando, la Malinche negoció con sus compatriotas para favorecer
las intenciones de Cortés, e incluso Hypatia, con su gran valía, tuvo como su
objetivo principal la ciencia más que su reivindicación de género.
En cambio
hubo una mujer, aunque haya que remontarse 3.500 años, que respondía a ese perfil buscado. No sólo fue la
primera mujer en hacerse con el poder absoluto en un mundo dominado por hombres, sino que tuvo que luchar contra
hombres para lograrlo. Primero con su padre, Tutmosis I, después con su marido
y medio hermano Tutmosis II y más tarde con su hijastro y yerno Tutmosis III quien
terminaría sucediéndola en el trono. Y para lograrlo tuvo que contar con cómplices,
cómplices también hombres, pero que trabajaron para que ella lograra su
objetivo: reinar sobre Egipto, reinar sin tener que estar bajo el manto de un
varón. El más ilustre y controvertido de esos hombres fue Senenmut, que se convirtió en su consejero,
su arquitecto y el preceptor de sus
hijas. Un hombre muy importante para la
reina-rey, pero que siempre estuvo a su servicio, defendiendo los intereses de
aquella.
Hatshepsut fue
una adelantada a su tiempo, una “feminista” del siglo XV a.C. que tuvo que
luchar con inteligencia, con sagacidad y con determinación para conseguir su
objetivo. ¿Por qué ella, hija de la
esposa principal del faraón, más inteligente que su medio lelo hermanastro
Tutmosis, y que además conocía a la
perfección los instrumentos para ejercer el poder no podía convertirse en
reina? ¿Por el simple hecho de ser mujer?
Y ahí empieza su historia.
Nació hacia 1495 de Ahmés, esposa principal de Tutmosis y nieta
del faraón Amenofis I. Como era
tradición su madre la nombró al nacer Hatshepsut
que significa “la primera entre las nobles”, en el año XII del entonces rey
Amenhotep I. Su madre era la portadora de la legitimidad dinástica ya que era
hija del gran Ahmés, el libertador, el primer faraón de la Dinastía XVIII, la más
brillante de la historia egipcia, el gran rey que había vencido y expulsado a
los invasores hicsos.
Cuando nuestra protagonista tenía apenas
nueve años murió el rey y su padre se convirtió en el Toro poderoso, en el
dueño de Egipto. Desde su niñez, Hatshepsut destacó por sus grandes dotes
intelectuales y por su capacidad de liderazgo. Ya en el año VI del reinado de
su padre, fue asociada a ciertas funciones reales cuando apenas tenía dieciséis
años. Incluso participó acompañando a su padre en diversas expediciones en las
que tuvo la oportunidad de aprender los resortes del poder, así como los
misterios de la religión. Su padre tuvo más hijos, aunque con esposas
secundarias. Un año después de Hatshepsut nacería Tutmosis de Mutnefer. A
diferencia de su medio hermana, Tutmosis no se distinguió por sus capacidades
intelectuales, ni siquiera por su determinación. Pero era varón. El único varón
que sobrevivió a su padre.
En el año VII de Tutmosis I, Hatshepsut y su
medio hermano Tutmosis contrajeron matrimonio. Ella era un año mayor que él. De
la real pareja nacería Neferuré, una niña. En el Egipto antiguo eran habituales
los matrimonios entre hermanos. Es más, si Tutmosis quería tener opciones para
suceder a su padre debía casarse con Hatshepsut que era la que otorgaba la
legitimidad dinástica al ser hija de la esposa principal y estar directamente
emparentada con los fundadores de la dinastía.
A la muerte de Tutmosis I le sucedería el
hijo que había tenido con su esposa secundaria Mutnefer, Tutmosis II; quien,
como ya he señalado, había sido legitimado al casarse con Hatshepsut. Un año
antes de la muerte de su padre, Tutmosis II había tenido un hijo con su
concubina la dama Isis, que también recibiría el nombre de Tutmosis. Se
convertiría años más tarde en el tercero y más grande de los cuatro que
compartieron nombre de nacimiento.
Tutmosis II sólo reinó tres años y murió sin
apenas haber destacado en nada. Ya durante su breve reinado empezaría a
destacar un personaje, de origen modesto, que desempeñaría un papel primordial más
adelante. Se trata de Senenmut. Éste había ascendido al puesto de preceptor de
la hija real Neferuré. Parece que también lo sería de la segunda hija de
Hatshepsut y Tutmosis, Merytré-Hatshepsut; aunque los datos sobre esta última
son mucho más difusos.
Era el tercer día del primer mes de shemu cuando
murió el rey (aproximadamente el final de abril de nuestro 1479 a.C.). La
situación que se presentaba a la muerte de Tutmosis II era compleja. Su hijo
varón, Tutmosis tenía apenas tres años. En cambio, la Gran Esposa Real era una
mujer joven de 25 años, pero curtida en el ejercicio del poder. Se da inicio a
la etapa que los egiptólogos definen prudentemente como la corregencia, aunque la toma de decisiones y el poder efectivo lo
detentaría Hatshepsut. Estaba formada, tenía claras las ideas de lo que quería
para el progreso de Egipto, contaba con el apoyo de funcionarios afines
como Hapuseneb, Thutiy, Nehesy, el que
sería su visir Useramón y, por encima de todos el que fue su hombre de
confianza, Senenmut.
Hatshepsut entre 1479 y su extraña
desaparición de los textos hacia 1457 fue la cabeza visible, el verdadero
faraón de una de las etapas más brillantes de la Historia de Egipto. Erigió
obeliscos en Karnak, promovió obras en distintos lugares de la geografía nilótica,
impulsó la famosísima expedición al País del Punt (en la actual Somalia) y nos
dejó su templo funerario de Deir el Bahari, el Djeser-djeseru o ”maravilla de las maravillas”.
En las paredes de su extraordinario “Templo
de millones de años” podemos admirar en detalle el desarrollo de esos
acontecimientos; destacando la extracción y transporte fluvial de los obeliscos
que serían implantados en Karnak y la expedición al Punt, lugar de donde se
traía el “olíbano”, una especie de incienso imprescindible para las ceremonias
religiosas. ¿Para qué depender del comercio exterior? Hatshepsut logró traer a
Tebas, su capital y ciudad de residencia, los árboles de los que se extraían
esas resinas aromáticas. Es impresionante ver el detalle con el que se
representa la aventura, incluyendo la extracción, conservación en enormes
macetas y el transporte de los grandes árboles del Olíbano. Por entonces la reina casaría a su hija Neferuré con el futuro Tutmosis III.
Pero lo que quizás sea más impactante es la
representación de su Teogamia. Hasta el año VII de la corregencia Hatshepsut no
fue entronizada. Esperó al momento oportuno, cuando ya había consolidado su
poder y minimizado las reticencias de la nobleza. Tenía 31 años y adoptó el
nombre de Maatkaré. No obstante tenía que fundamentar sus derechos al trono y
así, con el apoyo de Senenemut, organizó la representación de su nacimiento
como descendiente directa de Amón. Amón, tomando la forma corpórea del rey
Tutmosis I, se unió carnalmente con la Gran Esposa Real, Ahmés para concebir a
Maatkaré. La escena está representada en su templo de millones de años de Deir
el Baharí.
De esta manera, la reina Hatshepsut se
legitimaría para ejercer el título real en nombre propio al ser hija carnal del
propio dios Amón. Desde ese momento, los cartuchos de la reina incluirían,
además del Hatshepsut, el apelativo de Khenmetamon “la que está unida a Amón”.
El reinado de Hatshepsut se caracterizó por
su gran cantidad de realizaciones arquitectónicas, por sus expediciones
comerciales y por haber sido un periodo de paz, con escasos conflictos bélicos.
Se cree que tras 21 años de corregencia
Hatshepsut murió, dejando a su “corregente” como faraón único bajo el nombre de
Tutmosis III. Egipto era un país próspero y sin conflictos y estaba en las
mejores condiciones para iniciar su expansión, tal y como hizo el nuevo rey
guerrero.
Muchas son las incógnitas que quedan de su
reinado, casi todas causadas por la sistemática destrucción de las imágenes de
la reina y de muchas de sus realizaciones efectuadas con posterioridad. Es más,
el nombre de Hatshepsut fue eliminado de
todas las listas reales y, hasta doce siglos más tarde no sería rehabilitada.
Fue Manetón, el gran historiador de la época ptolemaica a quien debemos la
organización en dinastías de la historia egipcia, quien recuperaría a nuestra Maatkaré,
incluyéndola en la XVIII Dinastía entre Tutmosis II y Tutmosis III. ¿A qué se
debió esa “damnatio memoriae” de las imágenes y nombre de la reina? ¿En qué
época se produjo? ¿Fue Senenmut algo más que el mayordomo de la reina, su
arquitecto y preceptor de sus hijas? La investigación sigue abierta. Pero
lo indudable es la lucha de la gran
Hatshepsut por ejercer como faraón (el término faraón empieza a usarse en su
reinado) en nombre propio y no como complemento de ningún hombre.
De ahí, que en Rivas-Vaciamadrid tengamos una calle con
un nombre tan raro: Hatshepsut