Aldeano de convicción

Cada día creo menos en las estructuras intermedias. He repetido cansinamente a todos quienes me han querido oír que me siento malagueño, ripense y ciudadano del mundo. Estoy convencido que si aspiramos a un futuro diferente, que si apostamos por un modelo social distinto al que actualmente nos condiciona, que si queremos mantener alguna esperanza sobre un mundo más justo, sólo desde la aldea es posible el cambio.

Cada persona tiene diversas aldeas de referencia, para mi hay al menos dos que tienen una significación muy especial; aquella en la que nací, en la que vive la mayor parte de mi familia, la que añoro cuando llevo un tiempo sin oler su mar; y aquella otra en la que vivo y trabajo, en la que estoy desarrollando mi proyecto de vida. Me siento identificado con aquel viejo refrán que dice que el hombres de donde nace y de donde pace. Tengo otras aldeas, aunque ya secundarias. Unas paseadas, como Luxor, la Tebas del Egipto faraónico; o Chartres, con su inigualable catedral gótica. Otras soñadas, como Cuzco, Nueva York o Berlín. Pero siempre aldeas, sólo aldeas.

Y todas las personas tenemos una visión del mundo o más bien de como nos gustaría que fuera el mundo. Ese mundo tan desigual, ese mundo tan injusto, ese mundo sometido, ese mundo del que muchos nos hemos sentido fuera el pasado 30 de diciembre. Ese mundo que todos decimos querer cambiar.

Pues bien estoy convencido que sólo desde la aldea es posible avanzar hacia el cambio de la estructura social y económica mundial. Sólo los aldeanos, desde lo concreto, desde lo local podemos influir en el cambio global.

¿Estado? ¿Nación? ¿Nacionalidad? ¿Región? ¿Comarca? ¿Continente? Aldea, sólo aldea.