Hay lecciones simples de economía que parecía que los políticos de izquierdas ya teníamos aprendidas. Que los impuestos directos progresivos son más justos porque gracan más las rentas más altas. Que los impuestos indirectos gravan a todos los consumidores por igual y por tanto perjudican a quienes menos tienen. Que los que disponen de un patrimonio mayor son aquellos que más bienes poseen y, mediante el impuesto correspondiente tienen que colaborar al sostenimiento del común. Que las herencias suponen una ventaja de partida de los sucesores de aquellos que más tienen y, por tanto también este tipo de transmisiones deben tributar para la caja de todas y de todos. Que ...
Pero la ola de neoliberalismo que llevamos ya años padeciendo ha alcanzado también a la izquierda moderada española; es decir, al PSOE. Zapatero y Solbes anuncian a bombo y platillo la supresión del impuesto sobre el patrimonio. Hecho que, de producirse, sólo será un paso más en la disminución del tamaño de lo público en favor del dominio de lo privado. Y ya sabemos quienes son los perjudicados por el dominio absoluto del mercado.
Atravesamos un tiempo difícil, un tiempo en el que los mensajes simples calan en una sociedad que cada vez tiene más dificultades para realizar interpretaciones complejas. Atravesamos un tiempo en el que lo que no se dice en prensa o no sale por televisión no existe. Atravesamos un tiempo de confusión entre la derecha y la izquierda moderada. Atravesamos un tiempo en el que una opción política como la nuestra, como Izquierda Unida, tiene que afrontar la valentía de decir claro y alto algo tan complicado de comprender en este mundo simplista y dominado por la dictadura del mercado que un sistema fiscal fuerte y progresivo en el que pague más quien más posee es imprescindible para lograr una sociedad más justa y más equilibrada en la que el acceso a los servicios públicos (educación, salud, vivienda, servicios de atención a la dependencia) estén garantizados para todas las personas.
Desde Izquierda Unida es la hora de decir, sin complejos. Más impuestos, más Estado, más Servicio Público.
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El Impuesto de Sociedades constituye un serio obstáculo a la función empresarial. Cuanto más elevado sea, menor será el incentivo para que los individuos empleen su riqueza en satisfacer las necesidades de los consumidores y, así, lograr una ganancia. El motivo es evidente: toda inversión supone un coste (la no disponibilidad del capital invertido y la incertidumbre de perderlo) y permite obtener un beneficio. El Impuesto de Sociedades reduce el beneficio esperado, pero no el coste, de modo que, para mucha gente, los incentivos se evaporan.
Los efectos no inciden únicamente sobre quienes no son empresarios y podrían llegar a serlo, también sobre las empresas ya establecidas que se plantean acometer nuevas inversiones y sobre aquellas personas con que se relacionen. Dado que las decisiones de reinversión de beneficios se determinan por la ganancia esperada, cuanto menor sea esa ganancia menor será la reinversión.
El IRPF es otro impuesto completamente injusto y perjudicial. Al reducir las remuneraciones efectivas que perciben las personas, disminuye los incentivos para incrementar la renta. Por ejemplo, si el impuesto sobre la renta se situara en el 99%, nadie trabajaría, ya que en la práctica todo el mundo estaría prestando sus servicios laborales gratis. Unos tipos más reducidos moderan los efectos, pero no los eliminan. A causa del impuesto sobre la renta, la gente trabaja, ahorra e invierte menos.
La razón es sencilla: el tiempo de ocio no tributa. Si reducimos las rentas salariales mediante el IRPF, los individuos trabajarán menos de lo que lo habrían hecho. Del mismo modo, si el IRPF grava las plusvalías del capital, la gente dedicará menos recursos a la inversión, pues le resultará más cómodo consumirlos.
Además, el IRPF es una de las mayores barreras contra la movilidad social. Las clases altas suelen tener una gran patrimonio acumulado, que les proporciona rentas permanentes. Las clases bajas, en cambio, carecen de esa riqueza, por lo que deben acumular para mejorar su nivel de vida. Sin embargo, la acumulación de riqueza se ve enormemente dificultada con el IRPF. Si un individuo tiene un par de años muy buenos que en principio le permitirían invertir para lograr rentas futuras, el IRPF se lo impedirá, ya que parte de sus ganancias extraordinarias podrían tributar a tipos tan elevados como el 43%. En otras palabras, el IRPF perjudica especialmente a quienes no disponen de una fuente permanente de rentas, a las clases bajas, a las que impide aprovechar sus ganancias extraordinarias para construir su riqueza.
Por lo que hace al Impuesto sobre el Patrimonio, atenta contra la base de nuestra sociedad: la propiedad privada y la acumulación de capital. Al expoliar a cada individuo en función de la riqueza que ha acumulado previamente, favorece la desinversión y el consumo de esa riqueza.
En contra del intercambio voluntario, los impuestos son un claro ejemplo del embargo coercitivo a la propiedad de la gente sin tener su consentimiento previo.
Es cierto que muchas personas quieren ver las cargas impositivas como si no fuesen impuestas. Creen, como dijo el gran economista Joseph Schumpeter, que los impuestos son algo parecido a las tasas o contribuciones de un club, donde cada persona voluntariamente paga su parte de gastos al club. Pero si realmente crees eso, intenta no pagar tus impuestos y verás que pasa. Ningún “club” que yo conozca tiene el poder de apoderarse de tu propiedad o encarcelarte si no pagas tus contribuciones. Para mi, pues, los impuestos son explotación —los impuestos son un juego de “suma de cero”. Si hay algo en el mundo que sea un juego de suma cero, eso son los impuestos. El estado expropia el dinero de un grupo de gente para dárselo a otro, y mientras tanto, por supuesto, se queda un largo pedazo para sus propios “gastos de tramitación”. Los impuestos, pues, son pura y llanamente un robo; punto final.
De hecho, reto a cualquiera a sentarse y pensar a fondo para encontrar una definición de “impuestos” que no sea aplicable al robo. Como el gran escritor liberal H. L. Mencken apuntó una vez, entre la gente, incluso si no son liberales dedicados, se considera que robar al estado no está en el mismo plano moral que robar a otra persona. Robar a otra persona es generalmente deplorable, pero si al estado se le roba, todo lo que sucede, como dijo Mencken, “es que ciertos corruptos y vagos tendrán menos dinero que gastar del que tuvieron antes”.
El gran sociólogo alemán Franz Oppenheimer, que escribió un magnífico pequeño libro llamado The State, lo mostró de forma brillante. En esencia, dijo, sólo hay dos caminos para que los hombres consigan riquezas. La primera, es produciendo un bien o servicio e intercambiarlos de forma voluntaria por el producto de otra persona. Este es el método del intercambio, el método del libre mercado; es creativo y desarrolla la producción; no es un juego de suma cero porque la producción se desarrolla y el intercambio otorga beneficio a ambas partes. Oppenheimer llamó a este método el de “los medios económicos” para la adquisición de riqueza. El segundo método es cuando otra persona incauta la propiedad de otra sin su consentimiento, es decir, aplica el robo, la explotación, el saqueo. Cuando incautas la propiedad de alguien sin su consentimiento, te estás beneficiando a sus expensas, esto es, a las expensas del productor. Esto sí es realmente un “juego” de suma cero —no tiene mucho de “juego” desde el punto de vista de la víctima. En lugar de desarrollar la producción, este método de robo dificulta y restringe la producción. Por lo tanto, siendo inmoral, mientras que el intercambio es moral, el método del robo dificulta la producción porque es un parásito sobre el esfuerzo de los productores. Con brillante astucia, Oppenheimer llamó a este método de enriquecerse “el de los medios políticos”. Luego definió al estado, o gobierno, como “la organización de los medios políticos”, es decir, como el aparato de la regulación, la legitimización, y permanente establecimiento de los medios políticos para la adquisición de riqueza.
En otras palabras, el estado es el robo organizado, el saqueo organizado, la explotación organizada, y su esencial naturaleza se destaca por el hecho de que el estado siempre usa el instrumento de los impuestos.
me gustaría apuntar una nota de San Agustín, que no es famoso por ser un liberal, pero que enfatizó una excelente parábola liberal. Escribió que Alejando el Grande había apresado a un pirata, y le preguntó qué significaba para él hacerse con la posesión del mar. Y el pirata respondió audazmente: “Lo mismo que tu entiendes por apoderarte del mundo entero; pero mientras que yo lo hago con un pequeño barco, a mi me llaman ladrón, mientras que ti, que lo haces con una gran flota, eres llamado emperador”. Aquí San Agustín destacó el hecho que el estado es simplemente un ladrón por imperativo legal, que actúa a gran escala, pero un ladrón legitimado por la opinión de los intelectuales.
Tomemos otro ejemplo; la Mafia, que también sufre de mala prensa. Lo que la mafia es a escala local, el estado lo es a una escala descomunal; sin embargo el estado disfruta de mucha mejor prensa.
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