martes, 30 de junio de 2015

CALLE HATSHEPSUT

Ubicación:

Barrio de la Luna. Arranca en la rotonda que parte la Avenida Víctimas del Terrorismo a la altura del patio del CEIP Mario Benedetti y finaliza en la rotonda en la que confluyen las calles Princesa Wallada, Las Trece Rosas y Dulce Chacón. En ella confluyen las calles Guillermina Medrano, Juana Doña, Mariana Pineda, Victoria Kent  y Simone de Beauvoir.

Longitud:

538 metros.

Marco temático:

Su entorno se caracteriza por calles con nombres de personajes femeninos.

El nombre:

Hatshepsut  (¿1495?-¿1457?) faraón de Egipto entre 1479 y ¿1457? antes de nuestra era.
¿Por qué alguien nacido hace más de 3.500 años? ¿Qué motivo hay para incluir a una egipcia de la época faraónica en el callejero de un barrio repleto de nombres de mujeres más o menos contemporáneas?

Mujeres luchadoras por la libertad en España como Juana Doña, escritoras contemporáneas como Dulce Chacón o internacionales como Simone de Beauvoir, símbolos nacionales e internacionales como Las Trece Rosas o las Madres de la Plaza de Mayo, una poetisa andalusí como la Princesa Wallada, políticas como Victoria Kent o Clara Campoamor, hasta la inefable Concha Piquer tenían un lugar en el callejero del barrio, pero faltaba alguien. Alguien que simbolizara el poder  y a la vez la lucha por ser reconocida en un tiempo, como casi en todos, en que ese poder era reservado en exclusividad al género masculino.

Se pretendía que el nuevo espacio urbano se convirtiera en  un homenaje a las mujeres y que además sirviera para compensar la abrumadora mayoría de nombres masculinos de nuestro callejero. Además era preciso reconocer a la Historia, esa Historia, casi siempre escrita por hombres y que ha relegado a la mujer a un segundo plano, siempre dependiente del varón de turno. Diversos personajes podrían haber respondido a este perfil buscado, desde la reina Toda de Navarra, hasta Hypatia de Alejandría;  incluso la propia Isabel I de Castilla, la reina católica; o la Malinche, aquella indígena que, bautizada como Marina, fue tan importante para que Hernán Cortés conquistara México.

Las biografías de todas ellas tenían elementos muy importantes a considerar, pero también les faltaba algo. Toda, la reina, trabajó para que el protagonista fuera su nieto Sancho, Isabel compartió el poder con Fernando, la Malinche negoció con sus compatriotas para favorecer las intenciones de Cortés, e incluso Hypatia, con su gran valía, tuvo como su objetivo principal la ciencia más que su reivindicación de género.

En cambio  hubo una mujer, aunque haya que remontarse 3.500 años, que  respondía a ese perfil buscado. No sólo fue la primera mujer en hacerse con el poder absoluto en un mundo dominado por  hombres, sino que tuvo que luchar contra hombres para lograrlo. Primero con su padre, Tutmosis I, después con su marido y medio hermano Tutmosis II y más tarde con su hijastro y yerno Tutmosis III quien terminaría sucediéndola en el trono. Y para lograrlo tuvo que contar con cómplices, cómplices también hombres, pero que trabajaron para que ella lograra su objetivo: reinar sobre Egipto, reinar sin tener que estar bajo el manto de un varón. El más ilustre y controvertido de esos hombres  fue Senenmut, que se convirtió en su consejero, su arquitecto  y el preceptor de sus hijas. Un hombre  muy importante para la reina-rey, pero que siempre estuvo a su servicio, defendiendo los intereses de aquella.

Hatshepsut  fue una adelantada a su tiempo, una “feminista” del siglo XV a.C. que tuvo que luchar con inteligencia, con sagacidad y con determinación para conseguir su objetivo. ¿Por qué ella,  hija de la esposa principal del faraón, más inteligente que su medio lelo hermanastro Tutmosis,  y que además conocía a la perfección los instrumentos para ejercer el poder no podía convertirse en reina? ¿Por el simple hecho de ser mujer?

Y ahí empieza su historia.

Nació hacia 1495 de  Ahmés, esposa principal de Tutmosis y nieta del faraón Amenofis I.  Como era tradición su madre la nombró al nacer Hatshepsut que significa “la primera entre las nobles”, en el año XII del entonces rey Amenhotep I. Su madre era la portadora de la legitimidad dinástica ya que era hija del gran Ahmés, el libertador, el primer faraón de la Dinastía XVIII, la más brillante de la historia egipcia, el gran rey que había vencido y expulsado a los invasores hicsos.

Cuando nuestra protagonista tenía apenas nueve años murió el rey y su padre se convirtió en el Toro poderoso, en el dueño de Egipto. Desde su niñez, Hatshepsut destacó por sus grandes dotes intelectuales y por su capacidad de liderazgo. Ya en el año VI del reinado de su padre, fue asociada a ciertas funciones reales cuando apenas tenía dieciséis años. Incluso participó acompañando a su padre en diversas expediciones en las que tuvo la oportunidad de aprender los resortes del poder, así como los misterios de la religión. Su padre tuvo más hijos, aunque con esposas secundarias. Un año después de Hatshepsut nacería Tutmosis de Mutnefer. A diferencia de su medio hermana, Tutmosis no se distinguió por sus capacidades intelectuales, ni siquiera por su determinación. Pero era varón. El único varón que sobrevivió a su padre.

En el año VII de Tutmosis I, Hatshepsut y su medio hermano Tutmosis contrajeron matrimonio. Ella era un año mayor que él. De la real pareja nacería Neferuré, una niña. En el Egipto antiguo eran habituales los matrimonios entre hermanos. Es más, si Tutmosis quería tener opciones para suceder a su padre debía casarse con Hatshepsut que era la que otorgaba la legitimidad dinástica al ser hija de la esposa principal y estar directamente emparentada con los fundadores de la dinastía.

A la muerte de Tutmosis I le sucedería el hijo que había tenido con su esposa secundaria Mutnefer, Tutmosis II; quien, como ya he señalado, había sido legitimado al casarse con Hatshepsut. Un año antes de la muerte de su padre, Tutmosis II había tenido un hijo con su concubina la dama Isis, que también recibiría el nombre de Tutmosis. Se convertiría años más tarde en el tercero y más grande de los cuatro que compartieron nombre de nacimiento.
Tutmosis II sólo reinó tres años y murió sin apenas haber destacado en nada. Ya durante su breve reinado empezaría a destacar un personaje, de origen modesto, que desempeñaría un papel primordial más adelante. Se trata de Senenmut. Éste había ascendido al puesto de preceptor de la hija real Neferuré. Parece que también lo sería de la segunda hija de Hatshepsut y Tutmosis, Merytré-Hatshepsut; aunque los datos sobre esta última son mucho más difusos.

Era el tercer día del primer mes de shemu cuando murió el rey (aproximadamente el final de abril de nuestro 1479 a.C.). La situación que se presentaba a la muerte de Tutmosis II era compleja. Su hijo varón, Tutmosis tenía apenas tres años. En cambio, la Gran Esposa Real era una mujer joven de 25 años, pero curtida en el ejercicio del poder. Se da inicio a la etapa que los egiptólogos definen prudentemente como la corregencia, aunque la toma de decisiones y el poder efectivo lo detentaría Hatshepsut. Estaba formada, tenía claras las ideas de lo que quería para el progreso de Egipto, contaba con el apoyo de funcionarios afines como  Hapuseneb, Thutiy, Nehesy, el que sería su visir Useramón y, por encima de todos el que fue su hombre de confianza, Senenmut.

Hatshepsut entre 1479 y su extraña desaparición de los textos hacia 1457 fue la cabeza visible, el verdadero faraón de una de las etapas más brillantes de la Historia de Egipto. Erigió obeliscos en Karnak, promovió obras en distintos lugares de la geografía nilótica, impulsó la famosísima expedición al País del Punt (en la actual Somalia) y nos dejó su templo funerario de Deir el Bahari, el Djeser-djeseru  o ”maravilla de las maravillas”.

En las paredes de su extraordinario “Templo de millones de años” podemos admirar en detalle el desarrollo de esos acontecimientos; destacando la extracción y transporte fluvial de los obeliscos que serían implantados en Karnak y la expedición al Punt, lugar de donde se traía el “olíbano”, una especie de incienso imprescindible para las ceremonias religiosas. ¿Para qué depender del comercio exterior? Hatshepsut logró traer a Tebas, su capital y ciudad de residencia, los árboles de los que se extraían esas resinas aromáticas. Es impresionante ver el detalle con el que se representa la aventura, incluyendo la extracción, conservación en enormes macetas y el transporte de los grandes árboles del Olíbano. Por entonces la reina casaría a su hija Neferuré con el futuro Tutmosis III.

Pero lo que quizás sea más impactante es la representación de su Teogamia. Hasta el año VII de la corregencia Hatshepsut no fue entronizada. Esperó al momento oportuno, cuando ya había consolidado su poder y minimizado las reticencias de la nobleza. Tenía 31 años y adoptó el nombre de Maatkaré. No obstante tenía que fundamentar sus derechos al trono y así, con el apoyo de Senenemut, organizó la representación de su nacimiento como descendiente directa de Amón. Amón, tomando la forma corpórea del rey Tutmosis I, se unió carnalmente con la Gran Esposa Real, Ahmés para concebir a Maatkaré. La escena está representada en su templo de millones de años de Deir el Baharí.

De esta manera, la reina Hatshepsut se legitimaría para ejercer el título real en nombre propio al ser hija carnal del propio dios Amón. Desde ese momento, los cartuchos de la reina incluirían, además del Hatshepsut, el apelativo de Khenmetamon “la que está unida a Amón”.

El reinado de Hatshepsut se caracterizó por su gran cantidad de realizaciones arquitectónicas, por sus expediciones comerciales y por haber sido un periodo de paz, con escasos conflictos bélicos.

Se cree que tras 21 años de corregencia Hatshepsut murió, dejando a su “corregente” como faraón único bajo el nombre de Tutmosis III. Egipto era un país próspero y sin conflictos y estaba en las mejores condiciones para iniciar su expansión, tal y como hizo el nuevo rey guerrero.

Muchas son las incógnitas que quedan de su reinado, casi todas causadas por la sistemática destrucción de las imágenes de la reina y de muchas de sus realizaciones efectuadas con posterioridad. Es más, el nombre de Hatshepsut  fue eliminado de todas las listas reales y, hasta doce siglos más tarde no sería rehabilitada. Fue Manetón, el gran historiador de la época ptolemaica a quien debemos la organización en dinastías de la historia egipcia, quien recuperaría a nuestra Maatkaré, incluyéndola en la XVIII Dinastía entre Tutmosis II y Tutmosis III. ¿A qué se debió esa “damnatio memoriae” de las imágenes y nombre de la reina? ¿En qué época se produjo? ¿Fue Senenmut algo más que el mayordomo de la reina, su arquitecto y preceptor de sus hijas? La investigación sigue abierta. Pero lo  indudable es la lucha de la gran Hatshepsut por ejercer como faraón (el término faraón empieza a usarse en su reinado) en nombre propio y no como complemento de ningún hombre.

De ahí, que en Rivas-Vaciamadrid tengamos una calle con un nombre tan raro: Hatshepsut

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